Funciosaurios versus funciosapiens

«Nunca se es demasiado viejo para marcarte un nuevo objetivo o para tener un nuevo sueño».

(Clive Staples Lewis)

Ya sabemos, desde hace muchos años, que la Administración debe cambiar. Cambiar significa renovarse, transformarse, innovar, mejorar… Pero la Administración, o los entes que la componen, es un ser jurídico sin vida al que se pueden aplicar normas, métodos y tecnología, pero no cambiar el alma, porque no es un ser humano. Sí lo son las personas que componen la Administración, que en un sentido amplio son todas las personas que aparecen como actores de lo público, tanto desde su rol principal como parte del ente público, hasta su condición de integrantes de otras entidades colaboradoras (gobernantes, personal eventual, empleados, ciudadanía, asociaciones, empresas concesionarias…). Pero sobre todo lo son, a los efectos que ahora interesan, los empleados públicos. Si quiere cambiar una entidad pública debe cambiar la cultura administrativa reinante, y esto pasa por cambiar a los empleados, o mejor dicho, hacer que estos cambien por sí mismos.

Pero antes, una aclaración terminológica. Acabemos de una vez con el término funcionario, máxime en tiempos de máquinas y de Inteligencia Artificial. Cuando algo funciona o no funciona, esto se dice precisamente de una máquina, de un aparato. Una persona rinde, labora, trabaja, y además lo hace (o debería hacerlo) de la forma en la lo hacen las personas: aplicando el sentido común, relacionándose con los demás, empatizando con los usuarios, concibiendo soluciones creativas, liderando, y en general marcando las diferencias entre la inteligencia humana y cualquier inteligencia artificial presente o futura. Así las cosas, difícilmente podemos mantener el término funcionario, porque si el empleado «no funciona», hablando en términos biológicos, es que está enfermo, lesionado o muerto. Hablemos por tanto de empleados y de servidores públicos. Para lo único que nos vamos a permitir mantener el anacronismo «funcionario» es para crear dos palabras derivadas (que en realidad ya empleamos desde hace tiempo), y que son funciosaurio y funciosapiens.

Funciosaurio es lo que debemos dejar de ser. El término hace alusión a un tipo de empleado público gustoso de estirar al máximo el procedimiento. Se regodea en él. Es amante del papel, experto en poner sellos y expedir documentos en papel timbrado del Estado, dentro de expedientes numerados, foliados, encuadernados, rubricados en todas sus páginas y con varios “ados” más. Su precepto legal preferido es el párrafo tercero del artículo 75.bis (da igual la norma). Se extinguirá, pero venderá cara su derrota (ver La extinción de los funciosaurios). Es el perfil del que se burlaba Forges, una sombra del pasado aún presente, y su antónimo, efectivamente, es funciosapiens.

Pero a este funciosaurio se lo va a comer con patatas la IA. Sus cualidades son indiferenciables de una máquina y vive instalado en la Segunda Revolución Industrial, fichando de 8 a 15 y realizando tareas con poco valor añadido, casi siempre repetitivas y poco exigentes desde el punto de vista intelectual. Se trata de personas desaprovechadas en hacer tareas automatizables, o peor, en tareas que ni siquiera hay que hacer. Y si son «jefes» la cosa empeora, ya que son los responsables directos de mantener este sistema. La burocracia, el gusto por las reuniones maratonianas, la puesta en valor del modelo jerárquico militar, y su interpretación siempre rígida de las normas, les confiere un estatus intocable, pero este no es sino una fachada tras la que ocultan su profunda incompetencia.

Funciosapiens es lo que debemos ser, el nuevo perfil evolutivo. En este caso no hablaríamos de jefes, sino de líderes que ejercen la dirección y se desenvuelven exhibiendo habilidades como estas. Pero funciosapiens hay de muchos tipos, desde el personal de atención al público que empatiza con las personas atendidas en cada conversación, hasta el personal técnico de perfil STEM pero conocimientos multidisciplinares, pasando por los aludidos directivos públicos capaces de liderar proyectos y resolver problemas complejos. La IA no puede hacer nada de esto. En todo caso, una serie de rasgos comunes que caracterizan a los funciosapiens es que son (intra)emprendedores, inteligentes (inteligencia humana) y adaptables a los cambios.

Las personas emprendedoras, inteligentes y adaptables son conscientes de la necesidad de implantar cambios. Porque el servicio público debe mejorar, y para mejorar debe cambiar, empezando por uno mismo. Pero esta es más o menos la reacción de una importante mayoría de la “masa social” cuando se plantean los tan necesarios cambios organizativos, funcionales y aptitudinales:

Fuente: elaboración propia. © Víctor Almonacid Lamelas 2021

El funciosapiens no se resiste a ser medido en cuanto a su rendimiento, sintiéndose mucho más cómodo en organizaciones que anteponen el cumplimiento de objetivos al fichaje estricto de unas horas que bien podrían ser poco productivas. También entiende la necesidad de trabajar en equipo, dada la complejidad de los problemas, un equipo que por cierto no tiene por qué coincidir con su departamento habitual. Por último, y a pesar de ser un buen profesional, valorará su tiempo libre, calidad de vida, conciliación y desconexión, por lo que, una vez establecido el sistema de medición del rendimiento, preferirá un sistema de trabajo híbrido al presencialismo, especialmente si reside a cierta distancia de su centro de trabajo.

Por otra parte, un buen empleado público debe ser ético. No hay nada más corrupto que el chiringuito de turno, un servicio o departamento comandado durante décadas por un cacique que hace y deshace a su gusto. Y hablamos de empleados públicos, no de políticos. Ningún político está tanto tiempo, salvo alguna excepción. Las mayores resistencias al cambio que he encontrado en mi carrera han sido por parte de este tipo de personas. Nadie teme más al cambio que quien piensa que tiene algo que perder con el cambio. Y desde luego, cuando alguien se maneja en la ilegalidad, no tiene ningún interés en implantar un sistema que deja rastro electrónico de todas y cada una de las actuaciones.

Un buen empleado público debe ser, también, crítico, no un ternasco sumiso y pusilánime. Sin crítica no hay avance, salvo que nos digamos a nosotros mismos que no hay nada que mejorar, y por tanto nada que cambiar, porque todo lo hacemos de la mejor manera posible. La crítica, que por supuesto siempre debe ser constructiva, suele tener un coste para su autor, pero es otro rasgo que nos diferencia claramente de las máquinas. Una máquina sí es obediente, no exactamente sumisa, porque la sumisión es una decisión humana, ya que en el fondo siempre es voluntaria, y supone doblegarse a la voluntad de otra persona por razones de jerarquía formal o informal, para acabar recibiendo órdenes de aquella de manera incuestionable e indiscutida. Si lo que queremos es un modelo con tan solo un cerebro que además sea el único foco de toma de decisiones, para eso pongamos un jefe humano y 200 robots perfectamente programados.

Soy muy consciente de que muchos «jefes» son del «perfil Rubiales«, con tendencia al acoso y a la corrupción. Pero no hay que tenerles miedo. La diferencia entre el miedo y el respeto es el conocimiento, y hoy en día conocemos los medios para combatir ese tipo de situaciones. Nadie dice que sea agradable, pero estos medios existen, y son mecanismos que podemos y debemos utilizar.

La innovación es lo desconocido, los cambios también dan miedo. Ese temor es el que muchas veces nos lleva a creer en las campañas que desacreditan las últimas tendencias, que lógicamente suelen estar orquestadas por los que menos cómodos se sienten con ellas. Pero un funciosapiens está moralmente obligado a abrazar los cambios, y a liderarlos, precisamente para gestionar todos esos riesgos que, de forma más o menos argumentada, se alegan de forma constante.

Propaganda contra la electricidad en 1900

En definitiva, como dijimos en La resistencia al cambio nunca muere, «Al mando necesitamos personas inteligentes, adaptables y con valores, responsables políticos que se dejen asesorar por empleados públicos profesionales y formados, funciosapiens, personas con vocación de servicio público e infinidad de habilidades blandas en cuyas manos la Administración pueda sobrevivir y no ser absorbida por tecnologías como Blockchain, manteniendo un nivel de servicio óptimo. La inteligencia humana, la genuina, nunca se verá amenazada por la inteligencia artificial. Por su parte, el funciosaurio, también llamado «numeradofoliadomatasellado», se ha quedado sin excusas. Hablamos de un espécimen que con toda probabilidad se extinguirá de una manera fulminante en los próximos años, pero morirá matando. La resistencia al cambio nunca desaparecerá (siempre ha existido y siempre existirá), pero ellos sí. Personalmente, no los echaré de menos.»

“No es el más fuerte de las especies el que sobrevive, tampoco es el más inteligente el que sobrevive. Es aquel que es más adaptable al cambio”.

(Charles Darwin)

ANEXO. Entrevista para Think Big / Empresas

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