Buenos profesionales y buenas personas

Nadie sana hiriendo a otra persona (San Ambrosio)
La conclusión por adelantado de la reflexión de hoy podría ser que para ser buen profesional se debe ser buena persona. Es la previa, no solo para ir a trabajar sino para ir por la vida.

“Una mala persona no llega nunca a ser buen profesional”, afirma Howard Gardner en esta interesantísima entrevista de la cual extraemos las siguientes perlas:
Karem Respeto
  • En realidad, las malas personas no pueden ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes.
  • Lo que hemos comprobado es que los mejores profesionales son siempre ECE: excelentes, comprometidos y éticos .
  • No alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia . Si no te comprometes, por tanto, con objetivos que van más allá de tus necesidades para servir las de todos. Y eso exige ética.
  • Pero sin principios éticos puedes llegar a ser rico, sí, o técnicamente bueno, pero no excelente.
  • Hemos descubierto que los jóvenes aceptan la necesidad de ética, pero no al iniciar la carrera, porque creen que sin dar codazos no triunfarán. Ven la ética como el lujo de quienes ya han logrado el éxito.
  • Otra mirada estrecha lleva a estudiantes y profesionales comodones a ser lo que consideramos inerciales, es decir, a dejarse llevar por la inercia social e ir a la universidad, porque es lo que toca tras la secundaria; y a trabajar, porque es lo que toca tras la universidad…, pero sin darlo todo nunca.
  • En clase cumplen lo mínimo y sólo estudian por el título; y después en su trabajo cumplen lo justo por el sueldo, pero sin interesarse de verdad limitan su interés y dedicación. Y son mediocres en todo.
  • Es uno de los motivos de las grandes crisis de la madurez, cuando se dan cuenta de que no hay una segunda juventud. Otra causa es la falta de estudios humanísticos: Filosofía, Literatura, Historia del Pensamiento…
  • Puedes vivir sin filosofía, pero peor. En un experimento con ingenieros del MIT descubrimos que quienes no habían estudiado humanidades, cuando llegaban a los 40 y 50, eran más propensos a sufrir crisis y depresiones.

Cuando Gardner habla de comportamientos inerciales, de personas que no llegan a darlo todo nunca, me pregunto por qué no se visualiza o incluso se estudia en los colegios la carrera final de los 800 metros de los Juegos Olímpicos de Múnich 1972:

Cierto es que después, en los distintos estratos de las organizaciones (públicas o privadas), cada perfil se acopla como pez en el agua en los puestos medios y bajos (los inerciales), y en los puestos directivos (los ambiciosos). Una vez establecidas estas jerarquías son difíciles de remover. Como indica el siempre edificante Xavier Marcet (en Escépticos autocomplacientes):

«No hay cosa más antigua que esta estirpe de directivos autocomplacientes que perdonan la vida cada vez que escuchan a alguien. Esta gente que te hace saber que sus peldaños son de otro grosor. No hay nada más antiguo que esas empresas que toleran la arrogancia de sus directivos y todavía creen que los clientes dan vueltas a su alrededor. No hay nada más obsoleto que esos jefes que intentan disfrazarse de líderes pero que mantienen el miedo en sus organizaciones como estrategia de cohesión.

Cuando uno ve la reacciones displicentes de algunos directivos ante las propuestas de innovación que llegan desde dentro de sus casas o desde su entorno entiende la historia de muchas empresas. ¿Dónde y cuándo perdieron la humildad de pensar que no hay vida inteligente fuera de su perímetro corporativo? La inercia les llevó a creer imposible todo lo que sale de sus horizontes expertos

(…) Disfrutamos cuando trabajamos con y para gente auténtica. Y nos acercamos a la mediocridad a medida que nos rodeamos de paripé. Definitivamente, nos sobra autocomplacencia y escepticismo y nos falta autenticidad. No hay color».

Al final todo pasa por la interiorización de los valores. Sobre ello hemos reflexionado en más de una ocasión en este blog (véanse Anexos), y también lo hace el gran Rafa Jiménez Asensio en el suyo (véase ¿UNA FUNCIÓN PÚBLICA SIN VALORES?), donde concluye que sin integridad y vocación de servicio público la Administración, ciertamente, acabará bajando las persianas:

«El momento es importante: en los próximos diez/quince años la renovación generacional del empleo público será un hecho en un altísimo porcentaje. Si no se refuerzan los valores de la función pública, quienes ingresen en esas estructuras se contagiarán de los mismos males que aquejan actualmente a un empleo público ayuno de valores y perdido en su papel existencial, solo mantenido por la responsabilidad individual de no pocos funcionarios ejemplares que con su implicación salvan el hundimiento de este singular “Titanic” que es la Administración Pública.

(…) En ese proceso de (re)construcción de los valores, así como en la articulación de un marco de integridad institucional, la función pública (o el empleo público) del siglo XXI se juega su futuro existencial. La disyuntiva es obvia: o sirve realmente a la ciudadanía, o estará también condenada a morir. Ya lo dijo Fukuyama, siguiendo en este punto a Huntington, las instituciones nacen, se desarrollan, entran en decadencia y, pueden incluso desaparecer. Tomen nota».

Siempre decimos que la administración electrónica es, entre otras cosas, «nuevas aptitudes». Sin duda. Pero además es imposible deslindar aptitud y actitud. Nunca he creído en el perfil «es un hijo de p… , pero cuánto sabe, qué bueno es». Mentira: malo=malo. Ni lo duden.

Anexos:

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Los 4 acuerdos

5 Comentarios Agrega el tuyo

  1. VICTORIA dice:

    Buenas tardes,
    Qué razón tenéis. lo malo de todo esto es que quien ha tenido como jefes a este tipo de gente, han caído hasta en estados de ansiedad y de depresión.
    saludos.

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