El dron de La Palma

Pasan los días y las semanas, y de alguna manera hemos normalizado la desgracia de la isla de La Palma (reserva de la Biosfera), asolada por una serie de erupciones volcánicas que han mostrado al mismo tiempo todas las dimensiones de la cruel espectacularidad de esta fuerza imparable de la Naturaleza, incorporando así algunas palabras técnicas a nuestro vocabulario popular, como magma, fumarola, lapilli, piroclastos o coladas de lava.

Y también hemos normalizado, y quizá está pasando algo desapercibido a pesar de ser un increíble hito técnico, que la cobertura mediática del suceso se está realizando instrumentalmente a través de diferentes drones, capaces de realizar hazañas de movilidad imposibles para cualquier otro ente vivo o mecánico. Es por eso que los periodistas comentan las imágenes (que son especialmente dramáticas e impresionantes), con locuciones del estilo «Observen lo que nos muestra el dron sobrevuela la boca del volcán, soportando temperaturas de varios cientos de grados centígrados…». Pero obviamente no es un dron, sino muchos (los más modernos que existen en la actualidad), los que están desplegados por la isla y colaboran en las diferentes tareas como son, además del seguimiento mediático, la obtención de diferentes imágenes, el estudio y seguimiento técnico de los fenómenos, o el traslado de alimentos y otros objetos pequeños.

De alguna manera se puede decir que los drones han llegado a nuestra vida. Aunque existen desde hace bastantes años, la erupción de La Palma los ha sacado a relucir ante el mundo. Parece un buen momento para aplicar una vez más la máxima de que toda crisis es una oportunidad (por desgracia lo tenemos que decir mucho últimamente) e incorporar definitivamente los drones a los distintos ámbitos en los que resultan o pueden resultar útiles, como por ejemplo el servicio público.

Un dron (del inglés “drone”, que significa zángano) es un robot aéreo, autónomo y no tripulado, pero normalmente teledirigido. Como hemos dicho, existen desde hace muchos años, pero una vez más la tecnología se adelantó a la legislación y parece que es en este momento cuando se empieza a normalizar su uso instrumental en los diferentes servicios públicos (por ejemplo la policía), sin perjuicio de que los debates relativos a la seguridad y la privacidad siguen abiertos. En todo caso, la entrada en vigor de normas como los Reglamentos europeos 945 y 947 de 2019, y 746 y 1058 de 2020, han abierto la puerta frente a la desconfianza de antaño. Precisamente hace una década, en el Ayuntamiento de Alzira nos planteamos mejorar el servicio de prevención de incendios a través de drones hexacópteros, pero en aquella época temprana se impuso la cautela y desistimos. Finalmente la jugada salió bien porque acabamos colocando torres de videovigilancia fija y el proyecto fue un éxito.

En definitiva, como afirmamos en el artículo «#Drones para mejorar el servicio público» de mi sección «La Nueva Administración» de la Revista Tecnología y Sentido Común de octubre (léase aquí el número completo):

«En cuanto a sus usos en el ámbito del servicio público, son numerosos e incuestionables. La utilización ordinaria o puntual de drones aporta un claro valor añadido a los servicios de vigilancia en general, investigación y búsqueda policial, urbanismo, inspecciones de todo tipo, rescate de personas, y el mencionado de vigilancia de montes y control de incendios, entre otros. Dicha utilización debe ponderarse con un uso legal y razonable en parte limitado por el derecho a la protección de la intimidad. Y todo ello bajo la tutela de la Administración de turno (Ayuntamiento, Ministerio del Interior) y de la Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESA).

Siguen abiertos, como apuntábamos, debates como la disyuntiva entre seguridad y privacidad, donde la balanza entre bienes jurídicos protegibles que en principio se presentan equiparados puede desequilibrarse en función de las necesidades, de las prioridades o de la visión social del momento. Imagine que se encuentran en una playa naturista y observa sobre su cabeza la presencia de un dron de vigilancia. Quizá le incomode aparecer en cámara, pero no le parecerá tan mal cuando entre al mar a refrescarse y la sola presencia del artefacto evite un posible robo de sus cosas. En todo caso, sea como fuere, los robots han venido para quedarse. No nos sustituyen, nos complementan. Un dron es un instrumento más al servicio del servicio público moderno, valga la redundancia. Smart City, que dirían otros. Bienvenidos drones».

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