Instituciones públicas deportivas: un gran escaparate donde mostrar valores

“Tengo ética y principios, y no los dejo en un lado sólo para obtener un trabajo.”

(Bess Flowers)

En primer lugar, me gustaría defender la afirmación de que, además de órganos administrativos como el Ministerio de Cultura y Deporte, las Consejerías equivalentes y sus entidades dependientes (como el CSD), las Federaciones Deportivas también son instituciones públicas.

No lo serían desde un punto de vista jurídico técnico, ya que el art. 1.1. del Real Decreto 1835/1991, de 20 de diciembre, sobre Federaciones Deportivas Españolas y Registro de Asociaciones Deportivas, establece que las Federaciones deportivas españolas son Entidades asociativas privadas, sin ánimo de lucro y con personalidad jurídica y patrimonio propio e independiente del de sus asociados. Pero es el mismo precepto el que nos da el primer argumento, añadiendo al inciso anterior que, «Además de sus propias atribuciones, ejercen por delegación funciones públicas de carácter administrativo, actuando en este caso, como agentes colaboradores de la Administración Pública.».

Además de por la Ley del Deporte y del citado Real Decreto, las Federaciones Deportivas se rigen por sus Estatutos. Es el propio Real Decreto 1835/1991 el que señala una nueva conexión con lo público al disponer que «Los Estatutos de las Federaciones deportivas españolas y sus modificaciones, una vez aprobados por la Comisión Directiva del Consejo Superior de Deportes se publicarán en el «Boletín Oficial del Estado», y se inscribirán en el Registro de Asociaciones Deportivas correspondiente.»

Lord Voldemort, personaje ficticio, antagonista principal de la serie de novelas y películas de Harry Potter. La imagen pertenece a un fotograma de una de las películas

Por otra parte, las Federaciones Deportivas también reciben grandes cantidades de dinero público y, como tal, evidentemente deben responder ante la ciudadanía por la gestión de ese dinero que sale directamente de nuestros bolsillos. De hecho, su contabilidad se debe ajustar a las normas de adaptación del Plan General de Contabilidad a las Federaciones deportivas españolas. Obviamente, también deben gestionar con probidad el resto de su presupuesto, el procedente de manos privadas, cuotas y patrocinadores, igualmente sometido a la ley, al citado Plan de Contabilidad y al resto de controles que están legalmente establecidos.

Las Federaciones Deportivas también son públicas, desde otro enfoque, porque tienen una gran relevancia social. El deporte la tiene, es importante en la sociedad y por ejemplo tiene mucho impacto en la vida de los niños y adolescentes. Sobre todo en algunos casos. Y aquí el fútbol es el ejemplo claro. Llevamos ya muchos días con el foco mediático puesto en un «escándalo público» stricto sensu. Precisamente el mundo del fútbol, con sus miles de millones de aficionados, debería ser absolutamente ejemplar. Pero no es así.

Y también es público el cargo de la Presidencia de la Federación, porque la persona que lo ocupa es la máxima representante de la institución y porque, en eventos internacionales, ejerce claramente una representación de España, como país, ante el mundo entero.

Demostrada así, pues, esa doble condición de instituciones públicas y, evidentemente, de instituciones (privadas) del deporte, parece claro que este tipo de entidades tienen una visibilidad enorme y, dado que gestionan la actividad deportiva, un servicio que también podríamos calificar claramente como «público» y uno de los mayores espejos de la sociedad, y además reciben dinero público, la necesidad de que (de)muestren un comportamiento ético e impecable es, si cabe, mayor que la de cualquier otra entidad.

Nada más lejos de la realidad, como bien sabemos. Lo que no sabemos, probablemente, es que Transparencia Internacional lleva muchos años mandando avisos a la RFEF. Antes de Rubiales estaba Villar, otro presidente que no se caracterizaba ni remotamente por su honradez. Y alrededor hay muchos más. La institución es estructuralmente corrupta.

Alguien dirá que le tengo manía al fútbol. Tiene toda la atención mediática, otro argumento más para mostrar al mundo esa ejemplaridad, pero luego la propia FIFA es capaz de verse envuelta en asuntos francamente turbios, empezando por ser muy discutible la propia celebración de los dos últimos mundiales en países poderosos pero poco respetuosos con los derechos humanos, como Rusia o Catar. Cuando ocurre algo así siempre se escuchan, a la sordina, las voces críticas. Pero al final el fútbol siempre gana. Me gusta mucho el deporte. Personalmente no me agrada que proezas como las medallas conseguidas en piragüismo, atletismo, bádminton y gimnasia artística hayan pasado prácticamente desapercibidas por haber coincidido en el tiempo con el mundial de fútbol y, sobre todo, con el escándalo posterior. La mayoría de esas medallas, por cierto, corresponden a mujeres.

El fútbol mueve mucho más dinero que esos deportes, muchísimo más, y por eso se presta en mayor grado a la corrupción. Y aquí hablamos a nivel mundial, desde luego, donde vemos como los petrodólares han comprado absolutamente el alma de este deporte. No ayuda, por supuesto, comprobar en manos de quién estamos. Si las Federaciones Deportivas son, como apuntábamos, instituciones públicas, no cumplirían con la necesaria calidad institucional o la calidad ética (y la democrática, y la profesionalización) de las instituciones de la que siempre hablamos. No podemos permitir que dirigentes de nuestro deporte sean mastuerzos salidos directamente de la Prehistoria. El problema es la ausencia de valores. El beso no es exactamente el problema; el beso es la consecuencia del problema. Una de ellas.

Y aquí aparecería una dosis de autocrítica social. Creo que, en ocasiones, no sabemos reaccionar con madurez ante los distintos sucesos con relevancia sociocultural, sociopolítica y socioeconómica. Probablemente, nos falta personalidad para ver las cosas con objetividad, y desde luego no ayuda el nivel de instrumentalización y polarización ideológica existente en España, donde somos más bien individualistas y no existe una cultura desarrollada como sociedad civil, ese núcleo duro compuesto por un buen porcentaje de la población que posee unos valores innegociables y que no se vende a ninguna tendencia. Cada uno es muy libre, por supuesto, de dejarse convencer por determinado sector, pero a mí, que, como todo el mundo, también tengo libertad de pensamiento, uno de esos sectores jamás me convencerá que hay que denunciar el machismo pero no así la corrupción (que también tienen que estar viendo, salvo que estén o quieran estar ciegos), mientras que otra de esas líneas ideológicas nunca me podrá vender que a un señor infame que lleva años coqueteando no solo con las chicas, sino con el Código Penal, le están haciendo una cacería social «por un pico». Hace poco me tacharon de frívolo y de poco profesional por hablar de un simple beso en una red social profesional. Ser poco profesional es utilizar un titular como el de As dónde se responsabilizaba a Jennifer Hermoso de lo que le pudiera pasar a Rubiales. Y frivolizar es no ver que esto no es frívolo en absoluto. Pensar que es superficial supone quedarse en lo superficial. Este asunto es realmente importante, no es «sólo un pico».

Ni que decir tiene que me parece estupendo que la sociedad no tolere el machismo (ya era hora). Que quede esto clarísimo. El siguiente nivel es que no tolere la corrupción. Pero no hay mal que por bien no venga; también cayó Al Capone por evasión de impuestos. El machismo en este caso nos ha servido para levantar la liebre. Esta es una lectura compleja y llena de matices, pero parece ser que ahora mismo la sociedad está más sensibilizada contra el machismo que contra la corrupción. Aún estamos en el cliché de «roba, pero poco», o peor: «todos lo haríamos si pudiéramos». Pero insistimos en centrarnos en lo bueno. También influyen los niveles de audiencia de toda una final del mundial de fútbol, claro está, algo que siempre anima a reaccionar contra los malhechores. Imaginen lo que es capaz de hacer un sujeto acosador, corrupto y narcisista «a puerta cerrada». La ética es hacer lo correcto aún cuando nadie te ve o incluso cuando los que te ven, lo tapan o lo blanquean. Sobre esto último, no me convence nada la actitud de los seleccionadores nacionales de fútbol, aplaudiendo a Rubiales su «no voy a dimitir» y, tras tomar cartas la FIFA, emitiendo sendos comunicados denunciando actitudes inaceptables. Tarde, mal y para salvar el cuello. Otra característica intrínseca de la verdadera ética es que no es «de quita y pon».

En definitiva, Rubiales ha demostrado ser un indeseable que, a igual que otros de perfil similar, aprovechan los fallos del sistema para medrar a través de la ocupación de importantes cargos públicos. Y no nos engañemos, aunque él caiga aún quedan muchos iguales o peores que no han sido tan tremendamente patosos como para hacer una barbaridad delante de millones de personas o, sencillamente, se dedican a robar y acosar con una mayor discreción.

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4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. MARÍA DEL MAR dice:

    Inmejorable artículo, Victor. Nunca decepcionas.
    Lo decepcionante es , como dices, literal:
    «(), pero parece ser que ahora mismo la sociedad está más sensibilizada contra el machismo que contra la corrupción».

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