Ya soy mayor de edad (salvo que la base de datos diga otra cosa)

Hoy voy a compartir una anécdota. Podría comenzar de manera pomposa con ese estilo peliculero que reza… De los creadores de «Personas que tienen que presentar una fe de vida para demostrar que no están muertas», llega «Personas de treinta años que son tomados por recién nacidos por burócratas que les impiden ejercer sus derechos inherentes a la mayoría de edad». Ya la conté hace poco, de hecho, en una entrevista recién publicada (aunque realizada hace unos meses), donde tuve el placer de hablar de burocracia y otras cosas que pasan en la Administración con Miel Ángel Elustondo. Pero más allá de que usted puede leer en el archivo descargable la entrevista completa (Entrevista a Víctor Almonacid), en este momento únicamente compartiré la surrealista anécdota. ¿Qué haría usted si le ocurriese algo así?

Ocurrió en 2002. A principios de año yo era funcionario, pero no del grupo A, ya que aprobé la oposición de Secretario en mayo. Aunque tenía clara que esa era la meta, en aquella época solía presentarme a muchos procesos selectivos, y, en vez de presentarme a una sola convocatoria, no me lo jugaba todo a una carta y me inscribía en varias que eran más o menos del mismo nivel. Estudiaba un temario ampliado, y me presentaba a oposiciones de aquí y de allá. Así pues, me inscribí para las oposiciones de letrado de un gran Ayuntamiento. Las aprobé, como alguna más en esos años, porque entre 2000 y 2002 ya había alcanzado mi tope de conocimientos teóricos y la verdad es que sabía que mi gran objetivo también estaba cerca. Pero aún me interesaba la plaza de letrado, aunque implicara un cambio de residencia, porque repito que la realidad en ese momento, más allá de las previsiones optimistas, es que ocupaba un puesto administrativo. Por tanto, tenía interés, y habiendo aprobado las oposiciones de ese gran Ayuntamiento quedé a la espera de algún tipo de comunicación por su parte o de aparecer en alguna lista de aprobados en algún sitio. Pronto recibí la llamada de un funcionario: «Tenemos un problema contigo», me dijo. Yo le pregunté rápidamente sin acabar de reparar en el contigo: «¿Un problema? ¿Con los exámenes? ¿Alguien ha pedido que se revisen? ¿Alguien ha impugnado alguna pregunta?». Y al otro lado del hilo telefónico, esa persona dijo lo último que yo podía esperar escuchar: «No, no; es que eres menor de edad».

Un servidor alrededor de la treintena. Como se puede observar, mi aspecto es muy diferente al de un recién nacido

Le dije: «¿Yo menor de edad? ¡Pero si tengo casi treinta años!». Al instante, el funcionario demostró que era de los de erre que erre: «Que no, que eres menor de edad… Ni siquiera has cumplido un año». Al escuchar esto último me quedé completamente congelado. Algo así se debe sentir cuando tu alma sale de tu cuerpo. A los pocos segundos reaccioné: «Pero, ¿cómo voy a tener un año? Estoy hablando contigo, creo que con cierta locuacidad y un timbre de voz bastante grave. Además he aprobado los exámenes, el primero de los cuales se realizó ya hace meses; y antes de eso yo mismo tramité la instancia, y por cierto, toda persona que quería presentarse al examen tenía que ser licenciada en Derecho, lo cual me hubiera obligado a licenciarme antes de nacer. En fin, que nada de eso se puede hacer siendo un bebé»…

El funcionario era educado, a su manera, claro. Escuchaba con paciencia mis argumentos y cuando era su turno contestaba con una extraña empatía: «Sí, te entiendo, pero yo me atengo a lo que dice el programa, y es el programa el que genera las listas de personas admitidas e inadmitidas, etcétera. Iba a sacar la lista definitiva de aprobados y al hacerlo el programa contrasta datos con una base de datos en la que estáis todos los aspirantes. Que conste que nada de esto tiene que ver conmigo, yo solo te informo. Los jurídicos hacen las bases y los informáticos programan. Tú no puedes salir en la lista porque el programa filtra a los menores de dieciocho años. Son los requisitos de la convocatoria. No sé cómo no saliste excluido de la lista de admitidos, pero ahora sí nos sale que ese valor es inferior a dieciocho». Por mi parte, reconozco que estaba poco inspirado en la conversación por el aturdimiento que me provocaba esta situación tan surrealista, pero de vez en cuando me defendía: «Pero sí tengo más de dieciocho años y es muy fácil de demostrar, por lo que esa exclusión es completamente injusta; el error es vuestro y no podéis hacerme pagar las consecuencias». El funcionario nuevamente se mostró comprensivo: «Tú no tienes ninguna culpa, desde luego, pero, al parecer, algún compañero cometió un error al introducir o actualizar tus datos en el ordenador, y en el recuadro correspondiente a tu fecha de nacimiento introdujo la fecha en la que presentaste la instancia; como la presentaste hace seis meses el programa te ha rechazado por ser menor de edad, porque claro, el programa solo se preocupa de calcular que seis meses es inferior a dieciocho años». Y le dije: «Vale, errar es muy humano. Pero, ¿te das cuenta, no? Llevas unos minutos hablando conmigo y sin embargo aún eres capaz de decirme tan tranquilo que no tengo un año cumplido. De hecho dices que has llamado para informarme. Y por cierto, me has llamado a mi móvil personal, que, vale, un menor podría tener uno, pero para ti la duda no es si tengo dieciséis o diecisiete, ya que das por hecho que soy un niño de menos un año y claro, estoy empezando a pensar que me tomas el pelo de forma intencionada… Hay un error, bien, solucionadlo». Era como intentar razonar con la pared. Él seguía hablando con ese paternalismo, un tanto irritante por cierto, que utilizan las personas que no tienen ni idea pero están convencidas de estar en posesión de la verdad, y que sin embargo fingen ser tolerantes aceptando tus opiniones de loco: «Sí, la situación es un poco extraña, es normal que te enfades…». Y le dije: «¡No estoy enfadado, pero sí a punto de estarlo! ¿De verdad no me vas a dar ninguna solución y me voy a quedar fuera de este puesto de trabajo que realmente me interesa y que me he ganado por méritos propios?»

Pues no, imperturbable, inamovible y duro como una piedra, no me propuso ninguna solución. De hecho, cuando le pregunté por ello, me remató con la estocada perfecta: «Presenta un recurso»… Y hasta aquí la anécdota. Usted puede pensar, y más si me conoce y conoce de mi carácter fuerte, que me quedé indignado y con aires de revancha. Pero por alguna razón no fue así. Lo cierto es que me quedé destrozado; y no, no presenté ningún recurso. Sentí por primera vez el peso infinito de la apisonadora de la Administración con toda su potencia destructiva, e incluso durante unos días pasé por la crisis existencial de replantearme si de verdad quería ser, o no, empleado público. Al final resolví que sí debía serlo, aunque sólo fuese para intentar mejorar ese desastre desde dentro. Al poco tiempo aprobé la oposición de Secretario de Ayuntamiento… Pero en algún lugar sigue existiendo un procedimiento donde figura que aprobé todas las fases de la oposición, si bien no cumplía todas las condiciones para ser nombrado, porque, según el programa, ¡era menor de edad por más de diecisiete años!

Una última reflexión. La solución que me planteó aquella persona (aún bastante habitual, por cierto, entre funcionarios de la antigua escuela) fue que interpusiera un recurso. Otro trámite más, que con ese grado de eficacia podría haberse torcido igualmente por cualquier motivo, vaya usted a saber si por otro malentendido con el programa o porque la persona responsable está de asuntos propios… Sin embargo, es un hecho que muchos empleados reaccionan así ante un problema del ciudadano: «Pon una reclamación… Haz una alegación… Presenta un recurso…». Podría parecer incómodo derivar un asunto, que en ocasiones es muy sencillo de solucionar, a la vía más conflictiva posible, pero por algún motivo se sienten confortados con ese tipo de respuestas. Al fin y al cabo, están previstas en la norma. El esquema acto administrativo – recurso es «aceptable». A lo sumo, llegado el caso y si considera que es un asunto que pudiera conllevar su responsabilidad personal, pueden llegar a decir, con aparente valentía: «¡Pon una denuncia contra mí!»… En todo caso, en la anécdota que he narrado, el funcionario que me estaba diciendo que yo no tenía ni un año de edad claro que en el fondo sabía que yo era un adulto, pero estaba totalmente convencido de que ahí el que mandaba era el programa, y me dejó claro que ante una situación así no se puede hacer absolutamente nada. Excepto presentar un recurso, porque hasta ahí llegaba su capacidad de resolver problemas. No lo presenté, claro. Me daba mucha vergüenza ajena presentarlo, o tener que presentar cualquier tipo de escrito por ese motivo. Ese día perdí. Perdí una buena plaza y casi perdí la vocación. Pero creo que gané combatividad y sentido de la justicia.

Epílogo. Estamos en julio de 2023. Han pasado más de veintiún años y al menos puedo decir que, incluso en esa base de datos, ya debo aparecer como mayor de edad y en consecuencia disfruto de todos mis derechos como tal, y de plena capacidad de obrar… Salvo que otro burócrata descerebrado aporree con su dedazo la tecla que no debe y, mucho peor, después de cometer ese error sea absolutamente incapaz de enderezar la situación. Quién sabe…

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4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. galo dice:

    Buenas tardes, le sigo, y como ejercicio literario pienso que el artículo está bastante bien, pero creo está mal enfocado (espero no equivocarme ni ser impertinente).

    El artículo no debería ir sobre eso si no sobre corrupción. Se puede leer entre líneas, y se puede oler con olfato. La base de datos solo es una herramienta auxiliar y estaba correcta en el primer examen y en el segundo. La gran mayoría de software de la Administración Pública carece (al menos tiempo atrás) de trazabilidad en el dato, se guarda la fecha de última modificación pero no el histórico de qué+quién+cuándo.

    Por tanto se deduce que una vez superada la oposición, alguien modificó ese dato ya que tenía interés en beneficiar a otro opositor. Tampoco la llamada tiene encaje alguno, solo como aviso a navegantes. No estoy diciendo que el funcionario estuviera al tanto. Ni se molestaron en comprobar la instancia inicial.

    Que cada cual se imagine lo que quiera, pero se te quitan las fuerzas nada más que de pensar (y sufrir en propia carne) cómo funcionan las AA.PP.

    Un saludo.

    1. Lo bueno de los textos es que tienen una sola escritura pero pueden llegar a tener muchas lecturas o interpretaciones. Evidentemente, el suceso que cuento podría encerrar una prevaricación, pero sinceramente creo que tiene más de burocracia absurda que de otra cosa. Las trampas en los procesos selectivos se suelen hacer de otra manera, aunque, quién sabe…
      Un saludo y muchas gracias por leerme.

  2. joseluissiete dice:

    Teniendo en cuenta que en las elecciones generales no se hace el escrutinio tal como establece la ley, sino que se hace comparando los datos de una empresa de mala reputación como Indra, cualquier cosa es posible.
    Porque los responsables que deben velar por una buena administración pública para el ciudadano, dependen del político de turno.

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