Cuando los malos son los buenos…

No te dejes engañar por lo monos que son.

(Patrick Winslow)

Vaya por delante que la realidad nunca es tan sencilla como la literatura o el cine, y que un servidor es de los que piensa que nadie es totalmente bueno ni malo, sino más bien «humano», con todo lo que eso conlleva. Salvo excepciones, que las hay, de personas objetivamente maravillosas por haberlo demostrado durante toda una trayectoria de generosidad, y de otras que son autores y responsables demostrados de una larga lista de delitos espantosos, en la mayoría de ocasiones la catadura moral de un individuo es neutra, con ligeras tendencias, eso sí, hacia los valores inculcados o aprendidos, más cuanto más sólidos son esos valores. Pero muchas veces a una persona se la etiqueta en base a un único hecho o rumor, con frecuencia injustamente atribuido, o mal interpretado, o sobredimensionado. Son esas veces en las que se toma por malos a los que en realidad son buenos. Y en tal escenario, es probable que los teóricamente buenos sean los verdaderos villanos.

Hoy quería compartir precisamente la historia de un famoso presunto villano… ¿Quién fue Gargamel?, ¿realmente era malo? En el universo infantil de «Los pitufos» así es, y tal es su influencia que Wikipedia se hace eco de esta imagen del brujo, validándola como la oficial. Visto el aspecto de cada uno de los personajes, esto es fácil de creer. Pero también es radicalmente falso.

Gargamel!
Gargamel y Azrael buscando pitufos. Ojalá los eliminen a todos

Y es que, en realidad, Gargamel no era el malo de la historia, sino que por el contrario era un monje pobre de sotana negra, un sacerdote de la orden Dominica que vivía en una Iglesia con campanario. Es probable que Gargamel no fuera muy agraciado físicamente, pues su nombre proviene de «gárgola», pero eso no le convierte en malo, desde luego. Iba acompañado de su gato, llamado nada menos que Israel (o su derivado «Azrael»), es decir, el pueblo de Dios. El felino seguía al cura Gargamel a todas partes para ayudarlo a erradicar el mal. Los pitufos eran muchos, pero parece que los pitufos principales representaban los pecados capitales: gula – Goloso, ira – Gruñón, avaricia – Fortachón, pereza – Dormilón, lujuria – Pitufina, soberbia – Vanidoso, envidia – Filósofo… Unos auténticos demonios escondidos bajo la simpatía y ternura de las adorables personitas azules que todos estamos visualizando en este momento. Y Papá Pitufo era el peor de todos. Este espantoso ser iba vestido de un modo diferente, de rojo infernal, a fin de mostrarse como cabeza visible de todos los pecados capitales. En otras palabras, el amable anciano pitufo de barba blanca es el mismísimo Diablo. Con independencia de las maldades de estos pitufos principales, el resto de pitufos eran espíritus malignos del bosque que se reproducían durante los días de luna llena a través conjuros mágicos. Siniestramente, solo con la luna llena aparecía un nuevo pitufo, ya que únicamente por medio de la luna podían invocar el conjuro a través del cual le robaban el alma a los niños. En conclusión, la aparente inocencia de los pitufos es un mero disfraz para ocultar al verdadero Mal en la Tierra. Por eso, tanto el entregado monje como el leal Israel debían capturarlos y apresarlos. Pero como los endiablados duendes podían escapar de cualquier encierro, Gargamel no tenía más remedio que comérselos para que no pudieran salir de la santidad de sus cuerpos, de modo que al morir fueran enterrados en Tierra Santa, evitando así que escaparan por la toda la eternidad y al mismo tiempo liberando para siempre las almas de los pequeños niños inocentes, atrapados en los diminutos cuerpos de estos nefastos seres azules creados en el plenilunio.

Supongo que para muchos todo esto supone una verdadera revelación, por no decir un trauma. Lo cierto es que los pitufos eran seres estéticamente encantadores, pero extremadamente malignos, y Gargamel un simple monje poco agraciado que tenía por misión capturarlos para intentar evitar sus terribles fechorías. Todo ello en sentido figurado, entiéndase, porque ni siquiera debería ser necesario aclarar que estamos hablando de seres de ficción. Pero esta historia nos sirve para demostrar que a veces lo que diferencia a un héroe de un villano es simplemente el marketing. En definitiva, las cosas no son lo que parecen. Tampoco en la Administración.

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