Los de ciencias y los de letras

 «En la vidano hay que temer nadasolo tratar de comprender» (Marie Curie)

Recuerdo muy bien mi época de bachillerato. No tenía realmente clara la elección entre ciencias y letras, y al final me decanté por letras mixtas. Teníamos matemáticas, mientras que los de letras puras tenían griego. Salí de la escuela sabiendo hacer derivadas, integrales y diferenciales, y años antes ya había aprendido a resolver raíces cuadradas y ecuaciones con más de una incógnita. Luego estudié Derecho y por un tiempo pensé que había perdido el tiempo calculando todas esas cifras, pero quién me iba a decir que me resultarían tan útiles las matemáticas en la vida. Las matemáticas me han dado método, lógica, racionalidad, capacidad analítica, pensamiento crítico, capacidad para resolver problemas, habilidad para manejar datos e información numérica y estadística, y otras habilidades cognitivas y profesionales que hoy en día son consideradas valiosas soft skills.

Al Juarismi vivió entre los siglos VIII y IX y fue miembro de la Casa de la Sabiduría de Bagdad, el mayor centro intelectual durante la Edad de Oro del islam. Fue geógrafo, astrónomo y matemático, materia esta última en la que más destacó. Su libro Al jabr, dio nombre a la disciplina que hoy conocemos como álgebra. De su tratado sobre aritmética derivan los procedimientos que utilizamos en la actualidad para sumar, restar, multiplicar y dividir números en el sistema decimal. Este gran matemático fue además un gran divulgador, tan didáctico en exponer su método que esas operaciones recibieron el nombre de algoritmo, palabra formada a partir de su nombre. También la palabra guarismo es un derivado del mismo.

Las matemáticas cuestan a “los de letras”. La tecnología, también. Pero lo cierto es que las matemáticas son el origen de todo, y todos somos hijos de Al Juarismi. Algoritmo se define precisamente como un “Conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema” (Real Academia Española). Y aunque los algoritmos provienen del ámbito matemático, no son exclusivos de esta área. En este segundo nivel destacan la lógica y la informática, ambas esenciales en el ejercicio moderno de la profesión jurídica. Otra relación que hay que ver es la analogía entre procedimiento administrativo o judicial y programación algorítmica, siendo ambas una serie de instrucciones o reglas definidas y no-ambiguas, ordenadas y finitas que permiten, típicamente, llegar a una solución. Esa solución puede consistir genéricamente en solucionar un problema, pero también en llegar a una solución legal y justa ante un (pre)supuesto de hecho, que en un procedimiento llamamos precisamente re-solución. Los algoritmos también calculan cifras y todo tipo de datos, pudiendo además realizar otras tareas o actividades.​ Recordemos que la Administración, un Juzgado o un despacho de abogados, no sólo tramitan procedimientos, sino que también trabajan a través de una serie de procesos o protocolos reglados que quedan fuera de los expedientes, y que simplemente necesita tener dispuestos por razones de eficiencia funcional. Un algoritmo es, por tanto, una serie tasada de pasos organizados, que describe el proceso que se debe seguir para dar solución a un problema específico. Esto no es una novedad. Está presente en nuestro día a día. Por ejemplo, ejecutamos un algoritmo si seguimos el manual de instrucciones de montaje de un mueble. En resumen, un algoritmo es cualquier cosa que funcione paso a paso, donde cada paso se define de forma concreta e inequívoca, para que se pueda seguir por parte de cualquier persona diferente a su creador. No puede negarse que los algoritmos encajan como anillo al dedo en la idea de “tramitación”.

Por tanto, vivimos en una época en la que los letrados tenemos que convivir con los algoritmos, y servirnos de ellos, evidentemente, dado su carácter instrumental. Una época neo renacentista, en la que ya no es suficiente ser únicamente “de ciencias” o “de letras”, sino intentar estar lo más formado posible, sin perjuicio de la especialidad de cada uno, por supuesto, aceptando al mismo tiempo la complejidad. Por otra parte, algoritmo no es sinónimo de Inteligencia Artificial (IA), si bien son imprescindibles para comprenderla. De hecho, la IA utiliza algoritmos preprogramados, que mejorar con el entrenamiento y, en una fase más avanzada, son incluso capaces de aprender solos, pero para ello necesitan una materia prima llamada datos, unos inputs con los que trabaja y que finalmente le permiten llegar a esas soluciones y conclusiones a las que nos referíamos. 

Imaginen una Administración así: sin despachos, ni departamentos y en continua interacción. Un nuevo ecosistema donde las reuniones son informales y las habilidades blandas «colectivas» y la creatividad se erigen en una potentísima herramienta, mientras la IA también hace su parte en el backoffice. Fuente: Copilot Designer

La integración de la Inteligencia Artificial (IA) en el ámbito de la gestión pública puede ser la culminación de un viejo proyecto, el de administración electrónica, que en realidad ha recibido muchos otros nombres a lo largo de los años. Últimamente se le llama transformación digital, aunque siempre ha sido y es mucho más, un proyecto de transformación y mejora organizativa y funcional para la consecución de la mejor gestión pública posible: «La administración electrónica es el uso de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) en las Administraciones públicas, combinado con cambios organizativos y nuevas aptitudes, con el fin de mejorar los servicios públicos y los procesos democráticos y reforzar el apoyo a las políticas públicas.» (Comisión Europea).

La clave era el concepto «nuevas aptitudes», muy por encima de la más que obvia necesaria incorporación de las TIC (¿o acaso debemos seguir con las máquinas de escribir?), y esto es algo que creemos que nunca se llegó a entender. Y esas aptitudes no son otra cosa que las manidas «soft skills» (habilidades blandas), que a su vez son exactamente lo que nos diferencia de la inteligencia artificial, ya que se trata de capacidades que se engloban claramente dentro de la inteligencia genuinamente humana. De modo que si somos capaces de desarrollar una adecuada inteligencia emocional y social, la capacidad de comunicarnos de manera efectiva y asertiva, las habilidades de resolución de conflictos y toma de decisiones, y otras como el trabajo en equipo, la flexibilidad o el propio liderazgo, no solo estaremos en condiciones de ser mejores profesionales, sino que además le estaremos dando su sitio a la IA, y también asegurándonos el nuestro simultáneamente. Como vemos, las habilidades mencionadas son necesarias para el desempeño de cualquier puesto de trabajo, pero encajan especialmente con el buen ejercicio de las funciones directivas.

Los nuevos directivos deben ser profesionales extremadamente completos, críticos y éticos al mismo tiempo, y ni de ciencias ni de letras, sino más bien renacentistas. Cuantas más habilidades blandas atesoren, mejor, porque tendremos muchos problemas prácticos, del día a día, y ninguno de ellos lo resolverá el BOE. También serán necesarios otros perfiles de carácter muy técnico: dirección y coordinación de proyectos, DPO, analista de datos, prompt engineering, gestor de conflictos, compliance officer… Sin olvidar los llamados «puestos STEM» (Science, Technology, Engineering and Mathematics), que tampoco podrán vivir en una burbuja, sino que, aún siendo de ciencias, deberán conocer las normas. En efecto, nuestras organizaciones públicas serán un poco menos “de letras” y más “de ciencias”, pero sin que predomine ninguna de las dos tendencias, sino mezclándolas, equilibrando el desequilibrio actual. Por su parte, en los puestos de atención a las personas, el perfil requerido es el de empleados públicos con gran vocación y altas habilidades relacionales: empatía, comunicación, negociación, visión práctica, y por supuesto amabilidad. A la IA le quedan grandes estas capacidades, pero si la retamos a “picar datos” nos va a ganar por goleada.

En resumen, el futuro del empleo público pasa por la incorporación de perfiles más completos y multidisciplinares, que atesoren esa inteligencia genuinamente humana que nos diferencia de la IA, que es y seguirá siendo instrumental. El principio de jerarquía y la departamentalización, caerán, porque todos seremos tan inteligentes como el «jefe», y además podremos opinar, incluso con sentido crítico, porque trabajaremos en equipos o por proyectos, no siendo tan importante el cumplimiento de un supuesto horario como el de los objetivos. No tendrán tanta importancia los estudios o la formación original, porque además estaremos toda la vida aprendiendo. Los de ciencias serán más de letras, los de letras más de ciencias, y todos más humanos.

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