Una ley física o ley natural es un enunciado que describe una relación específica e inmutable entre entidades físicas, que fue establecida sobre la base de evidencia empírica y hechos concretos, aplicable a un grupo definido de fenómenos y condiciones. Frecuentemente, para la mayor parte de las leyes de la física se dispone además de una teoría física que permite deducir dicha ley de consideraciones más abstractas (Wikipedia).
En la presente entrada analizamos la relación existente entre las principales leyes de la física y la ciencia y la Administración tal y como la conocemos, es decir, con sus increíbles márgenes de mejora que sólo los sinceros y los autocríticos reconocemos. Según la comunidad científica, dichas leyes se caracterizan, entre otros rasgos distintivos, por ser verdaderas, universales, simples, absolutas, estables y omnipotentes. En una palabra: irrefutables. Pero no en la Administración, donde son y deben ser discutibles y mutables. O dicho de otra manera: deberíamos cambiar estas antiguas leyes de la física por otras que se ajusten a la nueva Administración.
1. Primera Ley de Newton. Ley de inercia
Isaac Newton es uno de los puntales de la historia de la ciencia, y como tal se le reconoce su mayor aportación a la física anterior a la teoría de la relatividad. Su primera ley proclama que “Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme o rectilíneo, a no ser que sea obligado a cambiar su estado, por fuerzas impresas sobre de él”. Por tanto, los cuerpos (las instituciones, las personas) tienden a conservar su estado de reposo o de movimiento hasta que se aplique sobre ellos una fuerza externa impulsora de un cambio capaz de vencer dicha resistencia, la cual se denomina fuerza inercial. También en la Administración, la tendencia de un «cuerpo» a resistir un cambio en su movimiento o no movimiento podría denominarse perfectamente inercia. Y por cierto, el adjetivo inerte significa literalmente «Que carece de vida», aunque también «Inmóvil, paralizado».
2. Segunda ley de Newton. Principio fundamental de la dinámica
Como postulado lógico que sigue a la ley de la inercia, la segunda ley de Newton explica que cuando un cuerpo material cambia su estado de movimiento o de reposo, esto es en todo caso porque sobre él actúa una fuerza. Sin esa fuerza no hay cambio de estado. De forma más concreta, las aceleraciones específicas que adquiere un cuerpo son proporcionales a las fuerzas que sobre él actúan. Es lo que en la escuela aprendimos como «Fuerza es igual a la masa por la aceleración».
Según la famosa fórmula, la aceleración es directamente proporcional a la fuerza e inversamente proporcional a la masa. Esto significa que si dejas que te empujen, cuanto más fuerte te empujen, más rápido te moverás (acelerarás), pero también hay que tener en cuenta lo grande que seas, porque tu mayor masa reducirá esa aceleración. En todo caso es importante medir cada variable. En un partido de baloncesto podemos ver cómo jugadores veloces y de movimientos eléctricos pero no muy corpulentos chocan con los gigantescos pívots de 2,15m y 120 kg, y sin embargo salen airosos. Y es que una buena aceleración (velocidad en carrera, salto) puede compensar una menor masa y superar una fuerza física superior pero más estática.
Resulta muy sencillo trasladar esta teoría a la Administración, la cual es fácil identificar como un ente corpulento y pesado. En definitiva, la fuerza que hay que emplear para ser capaz de mover esa enorme maquinaria debe ser proporcionalmente gigantesca. Dicha fuerza surge de la energía y la motivación de las personas impulsoras del cambio. Mi consejo para ellas es que midan sus propias fuerzas, porque aunque su vocación e ilusión sean grandes, su energía es limitada (a pesar de lo que dice el principio de la conservación de la energía, al que nos referimos más abajo). Ánimo para emprender un proceso de estas dimensiones, y cerebro para abandonar cuando el esfuerzo es tan titánico que podría tener un coste personal inasumible.
3. Tercera ley de Newton. Principio de acción y reacción
Los cuerpos chocan. La tercera ley de Newton dice que si un cuerpo A ejerce una acción sobre un cuerpo B, éste realiza sobre A otra acción igual en sentido contrario. O como reza el postulado: “A toda acción corresponde una reacción”. Bien es cierto que, aunque este principio también se cumple en la Administración y la aludida reacción es inevitable, no siempre se produce en términos de equivalencia, sino que infringe esa proporcionalidad que conforta a las leyes de la física, pero no a las emociones y reacciones humanas. Dicho de otra manera, que quien se siente obligado a salir de su zona de confort va a intentar dar más duro a quien osa despertarle de su letargo. En fin, que en la Naturaleza ocurre tal cual como decía Newton (“Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria, es decir, las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en sentido opuesto”), pero en la Administración la reacción puede ser sumamente violenta, porque el cuerpo B se siente atacado. Y es que los enemigos del cambio se lo toman como algo absolutamente personal.
4. Primera ley de la termodinámica: principio de la conservación de la energía
El famoso principio de la conservación de la energía determina que “La energía no se crea ni se destruye, solamente se transforma”. Es tan simple y tan certero que parece más magia que ciencia. Esto significa que una organización, y las personas que la componen, tienen la energía que tienen. La ley de la conservación de la energía establece que esa energía no puede crearse ni destruirse, sólo convertirse en otra forma de energía. Esto es tan fácil, al menos en teoría, como cambiar las dinámicas negativas por otras positivas, utilizando la misma cantidad de energía. La gestión eficiente no implica, por definición, emplear más medios. Y si vamos por ese camino podríamos llegar hasta la excelencia. Por tanto, un sistema siempre tiene la misma cantidad de energía, a menos que se añada una cantidad adicional desde el exterior. Y que quede claro, que si hablamos de la Administración, cada vez que decimos «desde el exterior» debe entenderse «desde el interior». Seguro que me explico.
5. Segunda ley de la Termodinámica
Enunciada por Nicolas Léonard Sadi Carno, establece que si bien todo el trabajo mecánico puede transformarse en calor, no todo el calor puede transformarse en trabajo mecánico.
Según este principio, el calor siempre se mueve del objeto con mayor temperatura al de menor temperatura, también en la Administración. Pero lo más importante que establece esta ley es que durante un proceso cíclico no toda la energía térmica puede convertirse íntegramente en trabajo. La cantidad de entropía del universo tiende a incrementarse en el tiempo. Este principio establece la irreversibilidad de los fenómenos físicos. Entropía es la magnitud física que mide la parte de la energía que no puede utilizarse para realizar trabajo y que, en consecuencia, se pierde. Es lo que en términos de rendimiento conocemos como ineficiencia, teniendo en cuenta que la Administración se rige precisamente por el principio de eficiencia. Parece que, dado que parte del trabajo está destinado a perderse, es ingenuo aspirar a una eficiencia total u óptima. Lo que en todo caso parece claro según la segunda ley de la termodinámica, es que en un sistema aislado, siempre una pequeña cantidad de energía se disipará fuera del sistema. Por tanto, dado un período de tiempo suficiente, los sistemas tenderán al desorden. ¿Es posible revertir la entropía? Isaac Asimov da la respuesta en mi relato corto de CiFi preferido: «La Última Pregunta». O mejor dicho, la respuesta la da Multivac. Mucho mejor leerlo a que yo lo cuente.
6. Principio de flotabilidad de Arquímedes
Esta es una de las leyes científicas más antiguas, y fue enunciada, como bien sabemos, por el físico y matemático Arquímedes, quizá el más famoso de la antigua Grecia, junto con Pitágoras. Demuestra que «Un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo experimenta un empuje vertical hacia arriba igual al peso del fluido desalojado». En la Administración también existe una especie de ley física que provoca que un cuerpo total o parcialmente sumergido en un proyecto más o menos «fluido», pero en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba que es igual al volumen que desaloja. Por eso, en ocasiones tenemos la sensación de tener «el agua al cuello» cuando realmente no es sino el mismo líquido que ocupa arriba el espacio que le han quitado por abajo, lo cual no es tan malo como parece… «¡Eureka!», exclamó Arquímedes cuando descubrió este sencillo pero importante principio cuando se disponía a tomar un baño y notó que el nivel de agua subía en la tina a medida que se introducía en el agua. Y es que, si te sumerges te sumerges. Que si te implicas te implicas, vamos, aunque salgas empapado.
7. Ley de conservación de la materia
Fue elaborada independientemente por Mijaíl Lomonósov en 1748 y descubierta unos años después por Antoine Lavoisier en 1785, cuyos nombres se asocian aunque realmente no trabajaron juntos. Se puede enunciar de la siguiente manera: «En un sistema aislado, durante toda reacción química ordinaria, la masa total en el sistema permanece constante, es decir, la masa consumida de los reactivos es igual a la masa de los productos obtenidos». Un reactivo es una sustancia o compuesto añadido a un sistema para provocar una reacción química, es decir, es un componente del experimento. La conclusión es que la suma de las masas de todas estas sustancias no es ni mayor ni menor a la resultante tras la obtención de un nuevo producto o productos, lo cual es tanto como decir que la Administración no puede tender a engordar por la implantación de un nuevo proyecto, por muchos elementos que este tenga. El ejemplo más claro es lo que nosotros mismos bautizamos como burocracia 2.0. Si finalmente la administración electrónica infringe el principio de conservación de la materia, en tal caso sería más burocrática que la propia administración en papel, lo cual es mucho decir.
8. Primera Ley de Kepler

Johannes Kepler, figura clave en la revolución científica, fue un astrónomo y matemático alemán conocido fundamentalmente por sus leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del Sol. Explicó que todos los planetas se desplazan alrededor del Sol describiendo órbitas elípticas. El Sol se encuentra en uno de los focos de la elipse.
Este enunciado es su primera ley, conocida también como ley de las órbitas, y acaba definitivamente con la idea, mantenida incluso por Copérnico, de que las órbitas debían ser circulares.
Curiosamente, también en la Administración los «planetas» (órganos, departamentos, altos cargos) se desplazan alrededor del sol (Alcalde, Presidente, Director) en órbitas elípticas. Del mismo modo lo hacen los satélites (empleados públicos) cuando giran alrededor de su propio planeta (director o directora del servicio o departamento).
Otro aspecto interesante de esta teoría es que introduce el término excentricidad, que de eso también sabemos un poco en las organizaciones públicas. No obstante, en física, la excentricidad e de una elipse es la medida de lo alejado que se encuentran los focos del centro. Lo cierto es que la mayoría de las órbitas planetarias tienen un valor muy pequeño de excentricidad, es decir e ≈ 0. Esto significa que, a nivel práctico, pueden considerarse meros círculos descentrados. A nivel organizativo, un descentrado es parecido a un excéntrico pero menos interesante, por así decirlo.
9. Teoría de la relatividad
Palabras mayores. Nos quedamos, a estos efectos, con la teoría de la relatividad especial (o relatividad restringida), por ser la más sencilla o al menos la que mejor entiende un servidor. Fue publicada por Albert Einstein en 1905 (aunque también sería justo mencionar a Poincaré, Lorentz, Minkowski, Michelson y Morley) y describe la física del movimiento en el marco de un espacio-tiempo plano. Esta teoría describe correctamente el movimiento de los cuerpos incluso a grandes velocidades y sus interacciones electromagnéticas. El propio Minkowski acuña el concepto espacio-tiempo como un concepto tetradimensional en el que se entrelazan de una manera indisoluble las tres dimensiones espaciales y el tiempo. Este es el principio en el que se basan la inmensa mayoría de relatos y películas sobre viajes en el tiempo, un tanto adulterado por los escritores y guionistas, eso sí. A partir de la línea de universo, formada por las mencionadas cuatro variables, se forma una curva donde el elemento tridimensional llamado punto se sustituye por el de suceso, y la magnitud de la distancia se reemplaza por la magnitud de intervalo, en ambos casos como consecuencia de introducir la variable tiempo como «cuarta dimensión». Es por eso que en dichas obras de CiFi se viaja a un cuándo, no siendo tan importante el dónde. Y todo ello presuponiendo la existencia de una máquina o un método capaz de controlar todas las variables.
¿Cómo se aplica la teoría de la relatividad a la Administración? Pues no es tan difícil. De hecho se aplica sola, habida cuenta de que hablamos de un lugar en el que el tiempo es relativo (por ejemplo el plazo máximo para resolver o la fecha de entrada en vigor de una Ley), y el espacio es asimismo relativo (presentismo en oficinas vs teletrabajo; atención presencial vs sede electrónica; archivo físico vs archivo electrónico, reuniones presenciales vs videoconferencia, etc…).
10. Teoría de la selección natural de Darwin
En El origen de las especies, Charles Darwin introdujo la teoría científica de que las poblaciones evolucionan durante el transcurso de las generaciones mediante un proceso conocido como selección natural, y que hoy día incluso se denomina darwinismo, en honor a su ideólogo. Darwin presentó pruebas de que la diversidad de la vida surgió de la descendencia común a través de un patrón ramificado de evolución. Reunió dichas pruebas en su expedición en el viaje del Beagle en la década de 1830, las cuales constituyeron el material para sus descubrimientos posteriores completados a través de la investigación, la correspondencia y la experimentación. Darwin no llegó a hablar, literalmente, de la supervivencia de los más fuertes. Sí se refería de alguna manera a los más aptos: «A esta conservación de las diferencias y variaciones individualmente favorables y la destrucción de las que son perjudiciales la he llamado yo selección natural o supervivencia de los más adecuados.». Por tanto, la transformación de las especies a través de las generaciones se produce gracias a la acumulación progresiva de variaciones menores pero de gran impacto. En conclusión, «La selección natural obra solamente mediante la conservación y acumulación de pequeñas modificaciones heredadas, provechosas todas al ser conservado».
Varias son las aplicaciones a la Administración, pero no pondremos el acento en la más políticamente incorrecta, la que hablaría de más aptos y menos aptos, a pesar de que parece más que claro que el nuevo perfil de empleado público requiere ineludiblemente de nuevas aptitudes. En un nivel más general, y no tan personal, sí podemos decir con la boca grande que las organizaciones más flexibles son más resilientes, y por tanto mucho más adaptables a los cambios, aunque de hecho son flexibles y adaptables porque ya han vivido el cambio necesario para llegar a tal nivel de adaptabilidad. Es un círculo virtuoso. En definitiva, sobrevivirán las organizaciones que mejor se adapten a los cambios. Evidentemente, en la Administración dicha evolución no la veremos tras el transcurso de eones, como en la teoría de Darwin. En nuestro caso habrá que esperar mucho menos (por la cuenta que nos trae).
Bonus track. Principio de Pareto
El principio de Pareto no es exactamente una ley física, pero sí es una conclusión basada en el conocimiento empírico, por lo que debe reconocerse en la categoría que nos ocupa. Y desde luego es aplicable a la Administración. En efecto, este principio (también conocido como la regla del 80-20 y «ley de los pocos vitales») describe el fenómeno estadístico por el que en cualquier población que contribuye a un efecto común, es una proporción bastante pequeña de la misma la que contribuye a la mayor parte del efecto.
Pareto mostró que la población se reparte entre dos grupos y estableció arbitrariamente la proporción 80/20 de modo tal que el grupo minoritario, formado por un 20% de población, se reparte el 80% de algo y el grupo mayoritario, formado por un 80% de población, se reparte el 20% de la misma riqueza o bien. En concreto, Pareto estudió la propiedad de la tierra en Italia y lo que descubrió fue que el 20% de los propietarios poseían el 80% de las tierras, mientras que el restante 20% de los terrenos pertenecía al 80% de la población restante. Estas cifras son arbitrarias; no son exactas y pueden variar. Su aplicación reside en la descripción de un fenómeno y, como tal, es aproximada y adaptable a cada caso particular.
En todo caso, el principio de Pareto se ha aplicado con éxito a los ámbitos de la política y la economía. Se describió cómo una población en la que aproximadamente el 20% ostentaba el 80% del poder político y la abundancia económica, mientras que el otro 80% de población, lo que Pareto denominó «las masas», tenía poca influencia política. Así sucede, en líneas generales, con el reparto de los bienes naturales y la riqueza mundial. Su mera aplicación a los ámbitos de la política y la economía, ya pone esta teoría en estrecha relación con la Administración («los Gobiernos»), pero podemos añadir además que, ciertamente, una relación porcentual que podría ser muy parecida a ese 80/20 se reparte el poder en las organizaciones públicas, de manera que el 20% tiene prácticamente todo el poder, mientras que el otro 80%, que coloquialmente se puede decir que «no pinta nada», lleva con dignidad el cargar con el 95% del trabajo (este porcentaje es nuestro, pero lo añadimos porque es justo reconocerlo), pero a cambio, seamos sinceros, sólo está dispuesto a asumir el 5% de la responsabilidad. O ninguna. Mi propuesta, muy probablemente impopular, es que cada uno de los empleados asuma un porcentaje similar del trabajo (en cantidad e incluso en calidad), que los altos cargos «manden» de una manera participativa, con lo cual se reparten no solo las tareas sino también el poder, pero que, como contrapartida, también se reparta la responsabilidad, porque en el mundo de los adultos quiero pensar que cada uno es capaz de hacerse responsable al menos de lo que hace. Sé que a Pareto le parecería bien.
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Impactante artículo, Víctor.
Sería interesante la aplicabilidad a la Administración de la Ley de Lenz (consecuencia , dicen, del principio de la conservación de la energia) :El sentido de la corriente inducida sería tal que su flujo se opone a la causa que la produce».
Conocida también como la Ley de la polaridad, plantea que la producción de una corriente eléctrica requiere un consumo de energía y la acción de una fuerza desplazando su punto de aplicación supone la realización de un trabajo. En los fenómenos de inducción electromagnética es el trabajo realizado en contra de las fuerzas magnéticas que aparecen entre espira e imán el que suministra la energía necesaria para mantener la corriente inducida. Si no hay desplazamiento, el trabajo es nulo.
Excelente artículo ¡¡
Sobre la segunda ley de Newton: F= m x a
Definamos F como fuerza, la fuerza de una organización.
¿Y si modificamos la definición de los factores de esta ley?
– m: medios disponibles.
– a: capacidad de accionar los medios, donde a estará entre 0 y 1.
– 0 ≤ a ≤ 1
Si consideramos la organización como la suma de un conjunto de elementos o
partes orgánicas, funcionales o económicas, obtenemos un sistema matricial:
• F(x)ᵗ = Σ (mij x aij), donde t = tiempo.
A través del análisis de los datos obtenidos temporalmente, podemos
plantear escenarios futuros.
Feliz día.
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