Una victoria amarga

«Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia». (Albert Einstein)

Llevo 20 años en la Administración y es muy probable que me queden, al menos, otros 20 más (eso si antes no cambio de aires). 20 años en los que siempre me ha caracterizado el mismo perfil profesional, el de impulsor de la mejora organizativa y funcional que, desde el principio, vi claramente que necesitaba la Administración (llámenle a eso «administración electrónica» o llámenle como quieran). Se hacían necesarios cambios, muchos de ellos drásticos. Mucho hemos escrito, publicado, predicado, implantado… desde entonces. Mucho hemos luchado y en no pocas ocasiones peleado contra los enemigos de esa mejora, especialmente contra los que sabían que iban a perder (poder, comodidad, statu quo, posibilidad de ser corruptos…) cuando se produjeran todos esos cambios. Estos eran, y son, los más feroces. Durante este tiempo han pasado muchas cosas, algunas de ellas muy relevantes. Pero después de estos 20 años siento, por primera vez, que estamos ante el más importante punto de inflexión, y seguramente de transición, entre la antigua y la nueva Administración. No sé si sentís lo mismo…

Y no hablo sólo del coronavirus, aunque está claro que «con él llegó el escándalo». No hablo sólo del impulso (forzado) que está experimentando la implantación de los distintos medios telemáticos… Hablo de la administración electrónica en su sentido más amplio posible: “Es el uso de las TIC en las AAPP, combinado con cambios organizativos y nuevas aptitudes, con el fin de mejorar los servicios públicos y los procesos democráticos y reforzar el apoyo a las políticas públicas” (Comisión Europea). Hablo de un cambio de mentalidad. Por supuesto también de tecnología, de estructuras administrativas, de funciones, de apitudes, de actitudes, pero sobre todo de cultura administrativa, de planteamiento profesional y personal, colectivo e individual, de las personas que trabajamos en lo público. Porque lo que ha ocurrido nos ha sacado, definitivamente, de nuestra zona de confort.

2004 - The Day After Tomorrow - Movie Set
¿El fin del Mundo? No, todavía no. Saldremos de esta, y lo haremos reforzados…

Y es que de repente llega el SARS-CoV-2 (así es como realmente se denomina al virus, mientras que la enfermedad es el ya famoso COVID-19) y nos obliga a parar, y a pensar. En el caso de algunos por primera vez desde hace mucho tiempo. Ojalá en lugar de defender tanta prórroga y vacatio legis nos hubiéramos puesto las pilas mucho antes. En este momento  mecanismos como el teletrabajo, las videoconferencias o la tramitación por sede electrónica estarían implantados y simplemente con esta crisis verían aumentado su número de usuarios.

Porque de repente lo importante coincide con lo urgente, y todos nos ponemos a trabajar para hacer lo que, sin la debida motivación, la mayoría no hicieron desde que lo sugirió la Ley 11/2007. Repito: 2007.

Y de repente todo cobra sentido:

  • La sede electrónica, ese lugar maravilloso donde un ciudadano-usuario puede relacionarse, telemáticamente, con su Administración.
  • La licitación electrónica. En realidad la contratación electrónica en todas sus fases, incluída por supuesto la firma electrónica del documento contractual.
  • Las notificaciones electrónicas, que yo recibo tranquilamente en casa (donde me dicen las autoridades que debo estar), y que no vienen insertadas en ningún sobre manoseado por varias personas.
  • El pago/cobro electrónico, evitando los innecesarios viajes al banco y por supuesto el manejo de dinero físico.
  • Los Esquemas Nacionales de Seguridad (incluyendo la protección de datos) y de Interoperabilidad.
  • La celebración telemática de reuniones, incluyendo las de los órganos colegiados (con algunos matices respecto de órganos decisorios como el Pleno), especialmente por lo que respecta al voto electrónico.
  • La fe pública electrónica, y su delegación.
  • El teletrabajo, por supuesto, y el desempeño por objetivos.
  • Los clásicos principios de eficacia, eficiencia, y otros más «modernos» como servicio efectivo a los ciudadanos; simplicidad, claridad y proximidad a los ciudadanos; participación, objetividad y transparencia de la actuación administrativa; racionalización y agilidad de los procedimientos administrativos y de las actividades materiales de gestión; buena fe, confianza legítima y lealtad institucional; responsabilidad por la gestión pública; planificación y dirección por objetivos y control de la gestión y evaluación de los resultados de las políticas públicas; eficacia en el cumplimiento de los objetivos fijados; economía, suficiencia y adecuación estricta de los medios a los fines institucionales. Todos estos principios parecen, más que nunca, algo más que papel mojado.
  • La Dirección Pública Profesional, la de los expertos, porque van a venir más crisis como esta, y probablemente peores.
  • En relación con el anterior, la necesidad de tener personas capaces en todos los ámbitos del servicio público, pero especialmente en lo que respecta al de la toma de decisiones:

  • Los aspectos éticos de la función pública, y por supuesto de la política: responsabilidad, vocación de servicio, honradez, honestidad…
  • La automatización de determinadas tareas.
  • La sensorización de los servicios públicos, y en general la cultura smart (city, region, island…).
  • Más genéricamente, toda la retahíla de anglicismos: open government, e-goverment, e-procurement, compliance, blockchain, community manager, mindfulness, branding, smart city, smart region, smart island, open data, big data, benchmarking, team leadershipnudge…
  • La Inteligencia articicial (AI), con sus controvertidos algoritmos, en todas sus dimensiones.
  • Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), especialmente los que tienen que ver con los hábitos de vida saludables (¿y si vamos a los sitios andando o en bici en lugar de tragarnos la axila de un señor obeso en el autobús?), y sobre todo con la protección del medio ambiente, con esa Naturaleza que tenemos tan descuidada y que algunos podrían decir, con razón, que se está rebelando contra sus maltratadores.
  • El impulso de la conectividad como base del moderno servicio público, eliminando, en la medida de lo posible, brechas digitales.
  • El valor, incalculable, de los servicios públicos asistenciales frente a esa otra parte de la Administración que nos sobrecarga con innecesaria burocracia (certificados, licencias, autorizaciones, permisos). Si tiene algún sentido lo público es el mantenimiento (ante todo) y mejora de servicios esenciales como la Sanidad. Siempre se ha hablado despectivamente de los «funcionarios» con demasiada ligereza. No esperen que manifieste ninguna simpatía por los de «numerado, foliado, rubricado, matasellado»… Esos no hacen nada por los demás. En cambio, los profesionales de la Sanidad son mis héroes. Y no lo digo sólo por el impagable servicio que están prestando estos días. Siempre los he admirado: profesionales, vocacionales, al pie del cañón…

Y de repente un innovador «rebelde» como yo, el políticamente incorrecto, el que no está siempre de acuerdo con todo y con todos, gana todos los contenciosos históricos abiertos contra los distintos cavernícolas y funciosaurios enfrentados durante tantos años:

  • La resistencia al cambio, la pura, la dura, la de siempre.
  • Esta historia del caro y absurdo viaje fantasma a Madrid desde Baleares. En este momento resulta impensable pasar por semejante odisea, y quizá contagiarse, por tamaña nimiedad.
  • La barbaridad del certificado de pernocta (un papel más, paradigma de lo innecesario).
  • Este lío con el Ayuntamiento de Valencia.
  • La pelea constante, por desgracia casi siempre dentro de mi colectivo, en defensa de la automatización de al menos una parte de la fe pública (sellos de órgano, sellos de tiempo, CSV, copias auténticas…), frente a esa práctica ridícula y antediluviana del cotejo-compulsa-matasello.
  • El ocioso debate, innecesario donde los haya, sobre la entrada en vigor de las Leyes 39 y 40. Ahora, definitivamente, pierde cualquier razón de ser la cuestión del plazo, porque veo de reojo a derecha y a izquierda como otros, los rezagados, intentan avanzar a marchas forzadas para tener dispuesto en el plazo lo más breve posible, cuando sea, algo parecido a un funcionamiento telemático. Espero de corazón que les salga bien la jugada, porque normalmente la velocidad es enemiga del acierto.
  • Otros debates abiertos, que no son pocos, como el de si está bien «obligar a los sujetos obligados» a relacionarse con la administración por medios electrónicos. Este debate siempre ha estado desenfocado, y mira que lo hemos dicho veces: la cuestión o el problema clave no es si puedo obligar a tramitar electrónicamente a quien en realidad puede pero se resiste (excepto por lo que respecta a la factura electrónica, que esa le parece bien a todo el mundo); es si puedo impedir que una persona, obligada o no, se relacione electrónicamente con la Administración porque así lo desea o así lo imponen las circunstancias, como ahora. Y claro: no, no puedo. Siempre que se invocan «derechos» los que lo hacen se olvidan de los derechos electrónicos de las personas. Ahora está a punto de ver la luz una Carta de los Derechos Digitales. Bien, en realidad esa Carta ya existe desde la mencionada Ley 11/2007.
  • Y, por supuesto, este calvario de ataques desproporcionados que tuve que soportar por disfrutar de algunos días de teletrabajo «a cambio» de implantar precisamente los medios telemáticos en una organización que lo necesiba más que ninguna otra que yo haya conocido (y he conocido muchas)…
coronavirus
Una vez más algo muy pequeño provoca un impacto muy grande

Ahora muchas personas me escriben o me llaman (todo por supuesto a través de los medios telemáticos) y me dicen que yo tenía razón… «¿En qué?» -pregunto-. «¡En todo!» -responden-… Pero yo no quería tener razón. Yo quería, y quiero, que las personas dispongan de una Administración mejor. Quiero que el servicio público se modernice y mejore a través de la innovación, y gracias a proyectos diseñados y concebidos para simplificar e incluso eliminar la burocracia. Ahora ya lo está haciendo, se está modernizando a marchas forzadas y sin posibilidad de retorno, aunque el motivo sea el pánico social generado por un bichito que no sabe la que ha liado. Bien, objetivo cumplido.

Es una victoria amarga, qué duda cabe, porque viene de un estímulo negativo. Pero podemos y debemos convertir lo negativo en positivo. No es el momento de buscar culpables, sino soluciones. Es una victoria triste, por todo lo que está pasando. Pero es una victoria al fin y al cabo.

“La gran victoria que hoy parece fácil fue el resultado de pequeñas victorias que pasaron desapercibidas.” (Paulo Coelho)

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2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Es lo que tienen ser constante, al final el paso del tiempo te da la razón.

  2. FRANCISCO JAVIER GARCIA PEREZ dice:

    «…Mira, Sancho -dijo don Quijote-: dondequiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida»

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