Twitter, el olvido, lo que nos ofende y los que nos ofenden

Habría que añadir dos derechos a la lista de derechos del hombre: el derecho al desorden y el derecho a marcharse” (Charles Baudelaire)

«No ofende quien quiere sino quien puede» (popular)

Ya dijimos en «El derecho al olvido y el olvido del Derecho» que Internet y la Ley van un poco descoordinados, pero no ya desde el punto de vista de la regulación legal del fenómeno de la Red, que, aunque muestra un evidente retraso de la norma con respecto a la realidad, es aceptable, sino desde la interpretación de ese Derecho positivo que, o no sabemos o no queremos saber aplicar a instituciones clásicas (nada nuevas) del Derecho, como la libertad de expresión, el derecho a la intimidad y al honor, y varias figuras de delictivas, como las injurias o las amenazas. Creo que nos estamos poniendo excesiva e innecesariamente nerviosos últimamente con estos temas.

En efecto, las Redes Sociales (RRSS) -bien utilizadas, herramienta maravillosa de comunicación entre personas-, parece que se les están yendo de las manos (más propiamente «de los dedos») a algunos. Por un lado están los que podríamos llamar tuinjuriadores y «Tuinstigadores» (véase este artículo en el Diario Levante EMV), o utilizando un término más coloquial (y quizás más cauto por ser menos asociable a las conductas delictivas): trolls. Por otro, los tuisceptibles, personas que se ofenden con suma facilidad, incluso que tienen el umbral de la denuncia o la querella realmente bajo, pero que no aplican la misma vara de medir cuando se trata de autoevaluar el nivel de ofensa de sus réplicas. Ninguno de estos dos perfiles extremos tiene la razón.

¿Verdad que son grandes deportistas y personas? Ni se imaginan la de internautas que los "ponen a caldo". Así funciona esto
¿Verdad que son grandes deportistas y personas? Ni se imaginan la de internautas que los «ponen a caldo». Así funciona esto

Empezando por los tuisceptibles, lo primero que haría es aconsejarles que acepten cuanto antes que la Red es así, y que actualmente vivimos en un mundo en el que las personas, incluidos los indignados con razón, los indignados sin razón, y los imbéciles, pueden expresar sus opiniones libremente, incluidas las negativas (e incluidas las muy negativas). Si usted es un personaje público le interesa que esa aceptación por su parte sea lo más sincera e inmediata posible. Se ahorrará disgustos. Piense en las pocas vías de desahogo que tienen algunas personas, y que entre destrozos en el mobiliario urbano y un exabrupto, mucho mejor el exabrupto. Se podría argumentar que la libertad de expresión tiene unos límites, y es cierto, pero es que siempre los ha tenido. Si no se rebasan, o dicho de otra manera, si no hay infracción legal, el troll en troll se queda, sin alcanzar la categoría de delincuente, y poco o nada se puede hacer contra él excepto ignorarle. Como expliqué en «Tuinstigadores«:

Tanto en la vida real como en la Red las personas deberían comportarse de un modo éticamente correcto, kantiano, aunque por desgracia muchos no lo hacen. Pero Internet sigue siendo un medio, por cierto no tan novedoso como para descolocar tanto a algunos, por lo que los delitos cometidos a través de dicho medio no merecen un castigo ni más laxo ni más severo que los realizados de cualquier otra manera. Es ridículo siquiera pensar en un Derecho Penal específico para Internet; tanto como si se hubiera concebido en su momento con la aparición de la imprenta, el telégrafo, el teléfono, la radio o la televisión. Es cierto que hay muchos imbéciles que expresan sus sandeces impunemente en las RRSS, pero… ¿acaso no lo hacían ya en la “vida real”? No existe un razonamiento lógico por el cual esté permitido ser un idiota en la calle y no en Twitter. Al sistema lo único que le debe interesar es si hay o no hay delito. 

A los tuisceptibles les molesta prácticamente todo. No solo las descalificaciones, lo cual estaría justificado (aunque seguimos votando por la indiferencia), sino también las meras opiniones divergentes. Con una dosis mayor de amplitud de miras, «los de derechas» leerían con normalidad las opiniones de «los de izquierdas» (y viceversa), sin enfadarse; igual que los del Barça tienen que entender que cuando gana el Madrid sus aficionados estén eufóricos (y viceversa), del mismo modo que lo estarían ellos (y que conste que yo soy del Valencia, con lo cual no estoy eufórico casi nunca). Es cierto que a veces no se sabe ganar o perder, pero eso también ha pasado toda la vida. No entiendo ese afán de hiperregular las RRSS. Como también decíamos en la entrevista Derecho al olvido en Internet y Reputación on line: ¿Ha perdido GOOGLE la batalla? (publicada en el interesante Blog de Esmeralda Díaz-Aroca):

El problema de “atar en corto” a Twitter es que nos estamos adentrando en el terreno de las opiniones personales, por lo que más que libertad de información hablamos de libertad de expresión. Es decir: una cosa es que Google publique un embargo o una multa que objetivamente afectaba a una persona, y otra que un usuario manifieste, como hemos visto hace poco, que le desea la muerte a alguien. Sin duda dicho usuario muestra una actitud muy poco ética pero aquí la única herramienta legal aplicable es la denuncia de un hecho delictivo. Dicho de otro modo: o bien la declaración “antiética” constituye al mismo tiempo una injuria, una calumnia, un delito de amenazas, uno de apología del terrorismo, etc… o nos tendremos que conformar con ignorarlo. Lo que es delito es delito, y lo que no lo es no lo es, tanto en el mundo real como el virtual. Personalmente me parece mal que un Gobierno intente limitar la libertad de expresión en las redes sociales. En la vida real hay imbéciles, ¿por qué no puede haberlos en la Red?

La conclusión fundamental de todo lo anterior es que es un hecho que la Red, donde hay libertad de información y también de expresión, puede contener contenidos negativos sobre las personas. Los que derivan de la primera de las libertades, son normalmente objetivos y se «combaten» con del «derecho al olvido» en relación con el de protección de datos de carácter personal (aunque… ¿por qué tiene que borrarse que el Sr. Costeja tuvo un embargo si es verdad que lo tuvo?). Los que surgen de la opinión subjetiva de un ciberusuario, son comentarios personales, los cuales hay que controlar, sí, pero con el Derecho existente. Todo lo que sea limitar la libertad de expresión en la Red por encima de los límites habituales de la libertad de expresión en general es desigual, injusto, absurdo, contraproducente y nos asemejaría a los países menos democráticos y opacos del mundo, enemigos todos ellos declarados de las RRSS. Esto es justo lo contrario del Gobierno abierto, uno de nuestros discursos predilectos.

Como dijimos, desde luego una buena propuesta de regulación es la autorregulación, algo que ya hace Twitter. Entre el Derecho preexistente y las «normas de uso» entiendo que tenemos más que suficiente. También hemos descubierto en los últimos días Trolldor, un servicio que permite denunciar usuarios para que sean agregados a una lista de trolls. Todas estas herramientas están bien. Cualquier otra estrategia disuasoria, sobre todo «estatal», como reforzar el Derecho Penal contra los tuinjuriadores o los tuimbéciles, produciría con toda seguridad el efecto contrario. Y es que no hay nada más provocador para un «rebelde» que prohibirle de forma contundente que haga aquello que ya está haciendo.

Por lo demás, quede claro que, por supuesto, mis opiniones no son las únicas al respecto ni mucho menos las únicas válidas. Anexaré las de algunos autores de prestigio.

Más información:

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Joan Queralt @JoanQueralt:

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Enrique Dans @edans:

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